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lunes, 17 de enero de 2011

Una Mirada (Al Corazón) - 2008

12 de enero de 2011

No digo que se puede considerar “secreto” al hecho de que existe la crueldad humana, pero no deja de sorprenderme cada vez que se deja ver; no deja de ser inesperada. Generalmente, son los maestros de escuelas públicas (sobre todo universidades “autónomas”) o los niños de secundaria quienes se encargan de enseñarle a todo aquel que se les ponga enfrente lo que significa ser cruel. Y lo hacen de la manera más gráfica y envolvente posible, para que la lección quede bien entendida.

Al comienzo, el nuevo “alumno” de esta ancestral técnica puede creer que la cosa no es así o que va en contra de la misma naturaleza del ser humano, pero tanto los años como la experiencia se empeñan en hacernos creer a todos que la crueldad humana no sólo existe, sino que es lo más normal del mundo. Pero, lo que sólo se dice en rumores es el hasta dónde puede llegar. Para contestar ésta pregunta, apareció en el 2008 un documental titulado “Una Mirada (Al Corazón)”, con el que se buscaba abrirle los ojos a la sociedad y mostrarles el mundo como realmente es. Presentar la maldad en su forma más pura.

Imagina por unos minutos que eres un pequeño niño de cinco años. Un chico común y corriente, normal, que vive con sus padres y sus hermanos en una familia unida y feliz, en un barrio normal, y que juega todo el día con sus amiguitos de la cuadra. El día que cumples seis años, tu familia entera prometió ir a comer contigo a tu restaurante favorito después de clases. Emocionado, sales de la escuela al final de un cansado pero gratificante día de aprendizaje y esperas pacientemente a que tus papás lleguen por ti, manejando el bien conocido vocho azul que usan desde que tienes memoria. Estás particularmente contento porque te pusieron el codiciado sellito del búho trabajador y un excelente en tu trabajo. No puedes esperar para contarle a tus padres. Esperando, pasan una, dos, tres, cuatro horas. Hasta que la escuela recibe una llamada: una Hummer pilotada por dos adolescentes drogados, apachurró al vocho azul. El piloto del Hummer dio un volantazo inesperado cuando creyó que estaba a punto de atropellar a una familia de duendes mágicos que estaban sentados en la mitad de la carretera. Nadie de tu familia sobrevivió. Acto seguido, te llevan a un orfanato. Pero, dado que todos los orfanatos decentes de la ciudad están a reventar, eres trasladado al que está al límite de la ciudad, casi abandonado y con las condiciones más insalubres imaginables. Te trasladan al “nuevo” orfanatorio del gobierno. A partir de ese día, estás solo. Te vuelves incapaz de volver a sonreír. Por esto último, una semana después de llegar, te diagnostican con una enfermedad terminal que se llevara tus extremidades una a una, dolorosamente hasta el día de tu muerte (pronostican entre cuatro o seis años más). No hay esperanza, parece que estas destinado a vivir triste y sólo (porque los “trabajadores” públicos no se dignan a aparecer nunca y cuando lo hacen, es como si no existieras) hasta el fin de tus días.

Pero, un día, aparece un señor en el orfanato. Un tipo cuarentón, bien vestido y de sonrisa afable que va a visitarte a ti. A partir de su primera visita, pasa por el orfanato cada tarde a pasar un rato contigo, a jugar juegos de mesa o cualquier cosa que se te antoje. Pasado un mes de conocerlo, te promete que te adoptará porque eres el mejor chico que jamás ha conocido; el hijo que nunca tuvo. Pero, te advierte que el papeleo puede tomar un tiempo, por eso, para mantenerte acompañado en lo que le aceptan el trámite, te traerá a un amigo que jugará contigo todo el tiempo, que te abrazara cada día cuando despiertes. Ya te había dicho antes que Frida, su perrita, estaba embarazada y a punto de dar a luz a una enorme camada de perritos. El día que nacieron, te mostró una foto de los animalitos. Sonriendo por primera vez en años, señalas uno en específico, uno que atrajo tu mirada. Ése sería el amigo que te brindaría su amistad y compañía hasta que lograra adoptarte el señor. Después de asegurarte que al día siguiente traerá al animal, el señor se toma una foto contigo y se va del orfanato. Es la última vez que lo ves.

Pasan los años. La falta de tu única oportunidad de ser feliz en la vida te hace todavía más débil que antes, reduciendo tu esperanza de vida aún más. Finalmente, exactamente dos años y medio después de que el tipo te abandonara, encuentras una cajita de madera en esa esquina recóndita del orfanato (que ya se cae a pedazos por falta de cuidado) que nunca habías podido alcanzar. Pero, ya tienes la altura ideal y la tomas. Curioso, la abres. Dentro, hay un masacote deforme y de mal olor, hecho de engrudo de baja calidad y papel maché. Con un poco de imaginación, podría tener forma de perro. Quieres sacarlo de su caja, pero apenas lo tocas, se le rompen sus extremidades. Junto a esa cosa, hay un post-it: “¡Felicidades! ¡Has encontrado al perrito que te prometí! Él te brindará tu amistad y su compañía por siempre, para demostrarte que la vida de los huérfanos y los perritos es ya muy otra”. Dos días después, te enteras que el señor que prometió adoptarte, es ahora famoso y alabado. Le acaban de dar un premio por crear un sistema ecológicamente amigable, que le da esperanzas a niños desahuciados por medio de bellas figuras de perritos de papel maché. Tú eres el ejemplo que usa el tipo para hacerse famoso; eres el intento fallido número uno, el chiste que salió mal. En ese momento, tu corazón se rompe, literalmente, y caes muerto con una cara de decepción en tu cara.

Más o menos este altísimo nivel de crueldad y utilización indiscriminada de los sentimientos de los seres humanos, es el que Alberto Cortés quiso reproducir y transmitir por medio de su documental cuyo título, definitivamente no indica qué tan pretencioso puede llegar a ser el autor.

“Una Mirada (Al Corazón)” es el detrás de cámaras de la abominación conocida como “Corazón del Tiempo”. Antes de ver el documental, yo en verdad pensaba que Alberto Cortés quería demostrar qué tan lejos podía llevar su obsesión psicótica hacia la lucha de esos pueblos. Que, por supuesto, no era capaz de hacerlo correctamente porque no tenía el talento necesario, pero que de verdad era un producto de amor bizarro. Tras ver el detrás de cámaras, entendí el verdadero objetivo detrás de hacer tan horrible filme. Era todo lo contrario: cada célula, cada aorta, cada glóbulo del corazón de Alberto Cortés está destinado en odiar y desprestigiar al movimiento zapatista. “Una Mirada (Al Corazón)” es la prueba fehaciente de ello.

No contento con utilizar a chiapanecos inocentes sin, por lo menos, retribuirles monetariamente, no contento con burlarse en la cara de los zapatistas diciéndoles que son unos retrogradas que ni siquiera siguen sus propios principios, quiso llevar su proyecto al siguiente nivel. Quiso llevar a un nuevo límite la crueldad humana a través de la cualidad conocida como “cinismo”.

Para ello, se propuso documentar con lujo de detalle las esperanzas, las ilusiones, el trabajo arduo, los sueños y el amor incondicional de todo su staff y de la comunidad autónoma en cuarenta y cinco minutos de filme. Se tenía que notar que le abrían el corazón para así comprender la profundidad de la herida que planeaba causarles.

A simple vista, se puede notar que de verdad creían en el largometraje en donde participaban y que estaban orgullosos de ser parte de él. Hablan de lo genial que es estar inmersos en un rodaje “profesional” (comillas agregadas por mí) sucediendo día a día en el centro de su comunidad. Sentían cómo la magia del cine atravesaba sus cuerpos, sus almas. La experiencia fue una especie de lucecita de esperanza que iluminó por unos instantes sus rutinarias vidas.

Con amplias sonrisas nos dicen lo contentos que están de interpretar personajes con los que pueden aportar su granito de arena en pro de causas tan importantes y humanitarias como la defensa de los derechos humanos, los derechos de la mujer o la lucha del EZLN. Orgullosos, aceptan que a pesar de no estar preparados de ninguna manera para trabajar delante o detrás de cámaras, dieron lo mejor de sí mismos e intentaron hacer un trabajo excepcional en la medida de lo posible. Esperaban hacer una diferencia con sus actuaciones, estaban seguros de que podían cambiar la idea estereotipada que tienen todas las comunidades del mundo acerca de ellos y su forma de vida. Estaban seguros de que podían marcar una diferencia.

Todas ellos, staff incluido, depositaron su corazón entero, todas sus alegrías y esperanzas en las manos del hombre visionario (nada pretencioso) que es el director, con la ilusión de ver concretada una película asombrosa que abriera la mente y el corazón de miles de personas alrededor de México y, ¿por qué no?, alrededor del mundo. Sonreían imaginando el día que verían el producto terminado y pensaran orgullosos “yo participé ahí, yo hice que fuera posible”. Entonces, en ese momento, todos los que los rodearan les dedicaran una mirada que dijera “y estamos orgullosos de ello”.

Pero el impacto que destroza corazones no aparece a lo largo del documental. De hecho, parece un detrás de cámaras más, un documental inocente. Para entender el verdadero propósito de Alberto Cortés al ir a Chiapas a grabar, para sentir el dolor, es necesario ver tanto la abominación de película como éste detrás de cámaras. Una vez que se vieron los dos, las ideas se empiezan a unir solas. Las neuronas unen los puntos ellas solitas.

Desgraciadamente, ninguno de los participantes estaba al tanto de que el director tenía un plan malévolo para desprestigiar a todos esos pueblos, para decirle al mundo “Hey, vean cuánto no sirve ni nunca servirá el movimiento, vean lo retrógradas que son” mientras suelta una carcajada de villano cliché de película de espías.

Nadie les dio las gracias, ni mucho menos una remuneración económica. Su paga fue esa película que, si alguien pudiera considerar como “un intento mediocre de película” le estaría haciendo un favor. Su paga fue “Corazón del Tiempo”.

Todas esas esperanzas y buenas intenciones fueron desgarradas sin piedad alguna, ¿y todo para qué? Para que un hombre despiadado y sin corazón se burlara de ellos para ganar fama en el mundillo de izquierdosos intelectualoides que, aunque nunca en su vida hayan ido a Chiapas (probablemente ni conozcan su ubicación geográfica) lo alaben, lo laureen y lo consideren un genio artístico. Quizá todos entendieron el mensaje, pero para no perder su status de intelectuales, era necesario aparentar que el mensaje era lo opuesto, era necesario pedirle a conocidos y desconocidos que apoyaran películas tan preciosas como ésta. De cualquier manera, tanto el ego como la oscuridad dentro del corazón de Cortés crecieron de manera irreversible.

No sé que es más triste, que el proyecto se haya hecho tal cual se planeó, que haya sido premiado o que haya personas que defiendan su valor “cultural” de aprendizaje de otras culturas. ¿No es suficientemente obvio que todo esto es un producto de odio puro? ¿Nadie más pudo respirar la maldad que emanaba? Nos lo pusieron en frente, con luces de neón enmarcando los fragmentos claves, y ni así.

¿Cómo puede caber tanta maldad disfrazada de prepotencia en una sola persona?

Es tristísimo ver las entrevistas con los “actores”, ver la felicidad brillando en sus ojos y luego presenciar la bazofia para la que fueron vilmente utilizados. Es que no es justo. No es justo. Tanta crueldad inmerecida me enferma.

No puedo imaginar cómo se sintieron los habitantes de la comunidad después de ver el producto terminado. Después de ver cómo se burlaban de ellos, como los utilizaban y luego presumían cómo se burlaban de ellos. No quiero ni pensar en el sonido creado por tantos corazones rompiéndose al mismo tiempo.

Aunque, pensándolo bien, espero que ninguno de ellos haya tenido oportunidad de ver la película terminada. Así, al menos, se pueden imaginar que fue una de las mejores películas que se han visto y no el resultado final.

Luego que por qué pierde uno la fe en la humanidad. Tantas pobres almas en pena… y nosotros sin un futuro que ofrecerles.



Una Mirada (Al Corazón) © 2008, Alberto Cortés; Teveunam

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