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miércoles, 6 de enero de 2010

TENGO UN ARMA (2004)



               He sido fiel testigo y audiencia de una magistral obra de arte en el campo de la dramaturgia, un monólogo tan hermosamente escrito que ganó un estimulo cultural que el gobierno sólo otorga a proyectos de excelsa calidad, una puesta en escena cuyos derechos están siendo peleados en este momento por los más grandes estudios de Hollywood para tener la oportunidad de hacer un largometraje basado en ella. Un argumento alabado en todos los rincones del mundo, desde Tombuctú hasta la Antártida, pasando por Copenhague. Me refiero, claro está, al excelente trabajo de Alberto Soso, conocido como “TENGO UN ARMA”.

TENGO UN ARMA es, para las pobres almas en desgracia que no han tenido la oportunidad de presenciarla en vivo, un dramón telenovelesco que cuenta la desoladora historia del payaso Farolín. Un pobre individuo que vive en una ciudad ficticia de México, en donde, para sorpresa de todos, ser payaso no es un buen trabajo. Sí, estuve tan sorprendido cuando me enteré de este hecho que me vi obligado a cancelar mi inscripción en la Universidad de Payasos de Colorado, avalada por Harvard. Debido a que el protagonista tuvo a mal escoger un oficio tan hermoso, pero tan mal pagado en un país donde existe una fuerte crisis económica, nuestro amado héroe se ve obligado a secuestrar al hijo de una pareja adinerada que había contratado sus servicios para amenizar la fiesta del mencionado. Para sorpresa de todos, el payaso se equivoca de niño y rapta a un Pedrito cualquiera que disfrutaba de la fiesta en compañía de sus amiguitos. Un giro de tuerca magistral en la historia. Jamás se me podría haber ocurrido que tal situación se pudiera presentar en la compleja vida de un secuestrador en cualquier obra de ficción, mucho menos en la vida de Farolín.
          Ahora, Farolín tiene una característica interesante. No sólo  se trata de un ser humano aburrido y lastimero, ni tampoco es simplemente una copia al carbón del personaje de secuestrador despistado que se ha visto en todas esas malas comedias mexicanas donde se toma el tema del secuestro de manera “graciosa”. No, es peor. El pobre individuo tiene la tendencia de hablar y hablar y hablar, como si alguien lo escuchara – no, más bien, como si a alguien le interesara escucharlo. Y durante su interminable y doloroso monólogo, intercala lo que él cree que son chistes graciosos. No son ni siquiera divertidillos, pero él cree que son graciosos y que tienen el potencial de hacer reír al público. Al principio me dolía su intento de humor y me dolía aún más que los demás miembros del público se rieran de chistes tan malos que consistían, básicamente, en ver a un payaso decir maldiciones en viva voz sin contexto alguno. Al verme así de contrariado, mi vecino de butaca me explicó todo. Uno debe reírse cuando cree escuchar una broma porque debe seguirle la corriente al payaso, para hacerle creer que es gracioso, y que tanto él como su autor se sientan orgullosos. Sí, sé que es un poco condescendiente, pero es mejor así.


Pasaron cincuenta minutos, si no es que más, y la obra concluyó Cuando finalmente estaba entendiendo el punto de la obra, se terminó una de las pocas historias que me ha mantenido boquiabierto e impactado. Fueron sólo cincuenta minutos, pero ¡qué cincuenta minutos! Aunque, no todo es miel sobre hojuelas de maíz, pues el final, aquella cereza en el sundae de caramelo de diez pesos que era la obra, fue un pecado irredimible. Me pareció sumamente extraño que todo acabara de una manera extremadamente cliché predecible. No entendía cómo un drama de la talla de telenovelas como “Cuna De Lobos” o “Lazos De Amor” pudiera terminar de esa manera tan aberrante. Para mí era inconcebible. Al final, el payaso se entrega a la policía y ellos, sin escucharlo, lo matan a balazos. Perdió casi toda mi estima. Era tan… patético… hasta para Farolín…
No pude más que ir refunfuñando y pensando sobre el asunto mientras conducía hasta mi hogar. Di vueltas y vueltas por las calles, repitiendo incansablemente el final dentro de mi mente para ver si encontraba algún detalle faltante. Y así, en uno de tantos semáforos que separan el auditorio escolar donde se presentó esto, hasta mi apartamento en el centro de la ciudad, comprendí todo. No dejaba de gruñir, y maldecir el nombre de Farolín en el interior de mi vehículo cuando pasó junto a mí un vendedor anunciando a grito pelado su mercancía. Éste en particular, vendía discos piratas, de esos que tienen las portadas hasta mal hechas para que veas que de verdad valen menos de cinco pesos. Al verlo, tuve una revelación. Lo entendí todo.
Gracias al magistralmente elaborado poster promocional que anunciaba la puesta en escena de esta obra, estaba enterado de que el proyectito éste había sido ganador de un estímulo del FECA (Fondo Estatal para la Cultura y las Artes). Tenía la noción de que sólo grandes proyectos de enorme calidad son capaces de merecer este prestigioso estímulo monetario para que puedan llevarse a cabo. No sé mucho del asunto, pero tengo entendido que es como una especie de trofeo que debe ser presumido a troche y moche. Siendo así, supuse que vería una obra con una calidad impresionante. Mis expectativas eran enormes, más ese desenlace las asesinó todas de un golpe. Pero, la imagen de la portada pirata era la pieza que me faltaba. Sabía que ese final tan espantoso no era coincidencia. Yo lo sabía…
Claramente Alberto Soso no buscaba tener un proyecto de inimaginable calidad, no deseaba crear un libreto que fuera considerado de lo mejor que ha producido México, jamás pensó ser el autor de una obra que pudiera considerarse buena. No, todo lo contrario. Alberto trabajó día y noche por varios años, intentando crear un argumento tan choteado, tan malo, tan espantosotan infame que, si uno pudiese ver el guión original sin protección alguna, sufriría quemaduras de noveno grado. Sí, así de malo debía de ser. Y así de malo fue. Él buscaba crear el peor libreto jamás concebido por el ser humano, deseaba poner el ejemplo de lo que no se debe de hacer nunca cuando uno escribe para teatro. Fue un arduo trabajo que lo mantuvo escondido en su guarida por años, pero finalmente lo logró. Logró terminar una porquería espantosa. Por suerte para él, los jurados de aquel año del FECA comprendieron su misión y le otorgaron el dinero. Es un alma comprendida éste buen hombre, y lo felicito por ello...


Y eso fue apenas el comienzo de un vertiginoso viaje hasta la cima. Alberto Sosa y su equipo generaron bastante ruido por su trabajo después de la premiere. Tuvieron éxito tras éxito en teatros de toda la República, incluyendo el mágico reino de Matehuala. En todas partes habían oído de Farolín, había fans que los seguían por toda la república  deseando ver todas y cada una de las presentaciones de su nuevo héroe. No era posible quedarse callados al ver un proyecto de esta calaña. Esto se convirtió en un fenómeno mundial sin precedentes. Una maravilla, dirían algunos. Todos los involucrados estaban que no se la creían, pensaban que no llegarían tan lejos con este trabajo; pero lo hicieron. Yo, tampoco lo creía. Era una prueba de que el verdadero talento sí se toma en cuenta en esta sociedad y no sólo los videos virales o programas de mala calidad cuya única muleta es decir maldiciones pueden triunfar. ¿Quién lo diría?
No pasó mucho tiempo antes de que llamaran la atención del mejor canal de televisión de paga en toda América Latina. Un canal conocido por poner atención en todos sus detalles, para que todo sea perfecto, desde el diseño general hasta los conductores y así poder llevar a la casa de miles de familias en toda América programación educativa y de calidad, un canal que ha jurado ser el mejor canal entre todos, sin importar género, y que lo han estado logrando poco a poco. Su calidad compite directamente, y a veces rebasa, a canales como Nat Geo o History Channel en cuestión de contenidos y producción. Un canal tan excelso como la obra de la que estoy hablando en este post. Como ya habrán supuesto, me refiero al inigualable canal conocido como TELEHIT, un canal de música de la corporación Televisa.
Debido al éxito de TENGO UN ARMA, y al simpático payasito que hace de protagonista en este meollo, los directivos del canal en cuestión rápidamente se enteraron de él y decidieron reclutar a todos los involucrados para hacer un seriado exclusivo para ellos. Sería un éxito. Recortaría el tiempo que Farolín tardaría en llegar a la cima. Claro, habría que hacer algunos cambios a la idea original, quizá cambiarle el nombre al payaso pues “Farolín” no era un nombre muy amistoso, pero la esencia de la obra no debía perderse, esa era la clave para sobresalir. Alberto peleó fuertemente porque se dejara intacta su ópera prima, pero hay veces que los abogados son muy persuasivos…
Y así fue como nació PLATANITO SHOW, un programa televisivo con más de un año de vida, que aparece en la pantalla de Telehit con regularidad semanal. Obviamente, todos los involucrados en TENGO UN ARMA son los responsables de darnos horas de diversión sana y, sobretodo, inteligente a través de este medio. Un programa hermoso, que Alberto Sosa y Farolín nos brindan semana a semana...
A pesar de todo, esta obra cuenta con un número contado de detractores. Hay muchos aún que todavía no comprende la magnificencia de Tengo Un Arma, y opinan que es sólo una obra muy, pero que muy mal hecha, sin mérito alguno, que seguro ganó el FECA por puras palancas, o que sólo se le apoya porque namás no hbía nada mejor. Otros tantos insisten en que, desde un principio, Telehit contrató a Alberto Soso para hacer esta obra, de la cual se desprendería un proyecto mayor si todo salía bien; es decir, Platanito Show; que Tengo Un Arma sería, solamente, el capítulo piloto. Se dicen muchas cosas, pero sólo una cosa es cierta. Ésta es en realidad una obra magnífica que merece el apoyo de todos. Es menester apoyarla no sólo por su calidad, o el esfuerzo invertido en ella, sino principalmente porque es orgullosamente hecha en México y es deber de todos los mexicanos apoyar los proyectos mexicanos sin discriminación alguna.
Sólo hay que tener cuidado al hablar de TENGO UN ARMA, ya que dentro del staff existe un grupo especial que se encarga de marcar, con un sello indeleble especial, que dice INCULTO y PANISTA a cualquiera que no desee aceptar que ésta es, y siempre será, la mejor obra de teatro jamás concebida por cualquier ser humano. Cuiden bien sus palabras al cuando comente ésta obre, podrían quedar marcados de por vida, como yo lo estoy ahora…

TENGO UN ARMA © 2004, Alberto Sosa y Telehit
Imágenes © 2009, Guillo Carregha 

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