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miércoles, 10 de noviembre de 2010

Diablo Guardián - Xavier Velasco

En ésta ocasión quiero hablarles del que yo he catalogado como “el peor libro que jamás he leído en mi vida”, cosa que no sonará tan interesante si no se contrasta con el hecho de que la misma persona que asegura esto, ya leyó la serie de “Twilight” de Stephenie Meyer, la de “Juventud En Éxtasis” del señor Carlos Cuauhtemoc Sánchez (que de buena fuente me enteré que ni si quiera escribe él mismo sus libros), el número siete de la revista de cómics “La Pangolina” o la tal “Larva” (y su secuela, que es todavía peor: “Ultra G”).

Quiero imaginar que en alguna parte del planeta tierra existen al menos uno o dos libros que son todavía peores que éste del que les voy a hablar, pero he tenido la suerte de no leerlos.

Antes de comenzar, me siento con la necesidad moral de aclarar que leí este bodrio un total de dos veces. La primera porque lo vi descansando en un estante de mi librería de preferencia y me acerqué a él en ese entonces. La portada me pareció poco imaginativa, mucho menos interesante, pero en grandes letras decía “Ganador del premio Alfaguara 2003”, cosa que, quise suponer, daba a entender que valía la pena. De la misma manera, fue editada por “Punto de Lectura”, una editorial que siempre ha tenido mi devoción. Con esas credenciales de frente, decidí comprarlo para poder leerlo apenas llegara a casa. Cuando concluí la lectura, sólo pensé que era malo. Pero de eso hace seis años, cuando era casi novedad.

Hace poco lo redescubrí entre mi colección de libros. Terminaba de leer “Asesinato” de Vicente Leñero. Le quité el polvo y pensé: “yo me acuerdo que este libro me pareció malo, pero de eso hace mucho. En este tiempo he aprendido cosas nuevas. Quizá me haya equivocado y en realidad sea una novela decente. Digo, por algo ganó el premio.” Dicho esto, decidí darle otra oportunidad.

Después de leer las primeras cinco páginas me di cuenta que en realidad ERA PEOR DE LO QUE RECORDABA.

Comencemos por la portada. Véanla, aprécienla y díganme qué parece.



En efecto, "parece ser una de esas noveluchas que leen las viejas para ponerse cachondas" (Amoroto, G; 2010). Si pensaron eso, acaban de resumir las dolorosas 528 páginas que dura este mamotreto en una sencilla y descriptiva oración. Ahora ya saben por qué deben alejarse.

Ahora, antes de continuar, debo enumerar las características positivas de esta novela y de su autor:

-          Está bien escrita; el escritor de verdad sabe escribir.

Bien, ya que dejamos eso de lado, podemos continuar con todo lo demás.

La “historia” (si es que a este conjunto de anécdotas aburridas sin clímax ni momentos dramáticos puede ser considerado como una historia) se centra en una chica llamada Rosalba, quien desde los doce años decide que quiere ser la puta más puta de entre las putas, sólo porque puede, sólo para demostrar que puede hacerlo y sólo para recordarle a todos (incluido el lector) que ella es mejor que cualquier persona en el mundo.

Espero que este personaje principal les parezca sumamente simpático, porque es a quien escucharán (bueno, leerán) hablar y hablar y hablar y hablar acerca de lo genial que es ella (y tú no (sí, tú, el lector)) a lo largo de cientos de páginas escritas de manera pretenciosa y mamona. Porque, debe ser dicho, que para demostrarnos que ella es mejor que nosotros, nos habla en una mezcla de español e inglés tan horrible como pretenciosa, para que sepamos que los nacos no hablan dos idiomas tan bien como ella; por lo que debemos deducir que ella es una gran persona.

Por otro lado, tenemos a un tipo llamado Pig (se supone que es el autor ficticio de ésta novela) quien a lo largo de las páginas que se centran en él nos recordará unas cuantas cosas:
-          Se siente solo.
-          Se siente mediocre.
-          Cree que no podrá encontrar el amor.
-          Se sabe mejor que cualquier persona en el mundo.

De nuevo, este es nuestro otro personaje principal, así que espero que les parezca simpático o interesante. Debo agregar que al ser Pig el autor ficticio de la novela, se toma la molestia de narrar su vida en una pretenciosa tercera persona (con aburridos monólogos filosófico-existencialistas para agregarse “personalidad” y “profundidad”).

Se oye la mar de divertido, ¿a poco no?

Durante las primeras cien páginas, leemos de manera dolorosa (e innecesariamente detallada) cómo Rosalba (que insiste en llamarse a sí misma “Violetta”, porque su verdadero nombre le parece de mal gusto y aburrido, por lo que prefiere llamarse como vedette de segunda que cobra 30 pesos la hora), sentía emoción a los doce años al desnudar su cuerpo pobremente desarrollado frente a un mocoso un año mayor. Repite y repite y vuelve a repetir la emoción que le causa hacer esto, porque es sumamente importante que lo tengamos muy presente en la memoria. También, descubrimos que Pig se siente solo y que se cree mejor que todos.

Tras esto, nos narra (con el mismo estilo prepotente, mamón, disque bilingüe, y lleno de detalles que a nadie en este mundo le podrían interesar), cómo se robó el dinero que sus papás le robaron a la Cruz Roja, para irse a vivir a New York, donde vive con su primer novio (cuyas “aventuras” son igual de detalladas, prepotentes e innecesarias), hasta que éste activa su cerebro, deja de pensar como un niño de cuatro años y hace lo más lógico: la abandona. Después de eso, Rosalba pierde su dinero, se hace adicta a la coca y se vuelve una prostituta de corte profesional. Al mismo tiempo, Pig nos recuerda que se siente solo y que se cree mejor que todos.

Para este punto, Violetta recuerda cada dos párrafos que hay un ser despreciable al que ha nombrado “Nefastófeles”. Da pistas de que éste la trataba mal, la golpeaba, la humillaba, la usaba, la padroteaba y la trataba como el objeto comprado en una tienda de “todo a tres pesos” que es ella. No puedo empezar a describir la cantidad de emoción que me causaba saber que leería como la humillaban y maltrataban, cómo le daban su merecido. Más me emocionaba pensar que todo sería en ese mismo estilo detallado que había manejado ésta infeliz desde que empecé a leer.

Pero, en lugar de eso, en aproximadamente diez páginas nos dice: “me trataba mal, muy mal. Tan mal que no me quiero acordar y sólo te daré un resumen corto, cortísimo. Luego me escapé a México”.

Este fue el punto exacto en el cual me enojé con el libro. Pero un enojo enorme, inconmensurable. Fue tanto, que no tuve otra opción más que aventarlo con todas mis fuerzas hacia la calle, en espera de que fuera atropellado por un camión de basura, pero hasta ellos saben que deben alejarse de esta cosa.

No sólo llevaba más de 200 páginas leyendo acerca de relatos aburridos, eventos insulsos, historias flojas, personajes antipáticos a quienes sólo les puedes desear la muerte para que dejen de aparecer en el libro que estás leyendo, sino que también tuve que aguantar un personaje principal tan estúpido, prepotente y mal hecho que se le olvidaba su propia personalidad y su forma de hablar a la mitad del libro, teniendo yo la única esperanza de obtener algún tipo de recompensa que se “pudiera materializar” en un detalladísimo recuento de cómo devastaban, descuartizaban y hacían mugre al personaje principal, tanto física como psicológicamente.

Pero al parecer, según el autor de ésta basura, es más “divertido” e “interesante” pasarse cuatro capítulos leyendo y releyendo cómo es que la tal Rosalba prendía a un niño de catorce años con su cuerpo malformado, que CONOCER A TODO DETALLE CÓMO ES QUE HUMILLAN, GOLPEAN, DESTROZAN Y CASI MATAN AL PERSONAJE PRINCIPAL MÁS DESPRECIABLE QUE HE CONOCIDO.

Es que, en serio, no tiene absolutamente nada redimible esta tipa. No tiene ninguna razón de actuar excepto demostrarse a sí misma que es mejor que todos; ni siquiera actúa para salvar su propia vida. Sólo hace todo porque puede. No puedo entender cómo es que alguien pudo creer que esta excusa de personaje bidimensional podría ser interesante para alguien.

Mientras eso sucede con Rosalba, nos enteramos que Pig se siente solo y tiene un trabajo en publicidad que lo hace miserable porque, OBVIAMENTE, él es mejor que todas las personas del mundo mundial.

Ahora, al llegar a pedir trabajo a la agencia publicitaria, Pig conoce a Rosalba. Al ser ella el único personaje femenino que aparece a partir de éste insoportable punto en la historia, le dan ganas de invitarla a salir (porque así lo ordena la historia).

Al capítulo siguiente, ya están saliendo juntos de manera “secretiva”. Es obvio que tampoco es interesante saber cómo es que se conocieron este par de inservibles antipáticos, más si se ha construido a Pig como un ser casi antisocial que no sabe comportarse entre persona comunes y corrientes. Oh, no; lo importante es saber cómo Rosalba tiene sexo con personas acaudaladas porque esa es su nueva profesión, mientras piensa que ella es mejor que los demás.

Luego pasan cosas irrelevantes y aburridas, hay un muerto sin importancia, ella conoce y deshecha a tres tipos y ocurre el total y completamente *sorprendente* giro dramático de que Nefastófeles es en realidad…

(Pausa innecesaria para aumentar un suspenso inexistente porque a nadie le importa)

… el jefe de la agencia publicitara que les dio trabajo a los dos (cosa que, a estas alturas, no es importante ni siquiera para los personajes).

Después de eso, se nos regala un final que se ve tan forzado y escrito a las carreras porque Xavier Velasco ya quería acabar como los últimos cinco capítulos del libro. Éste final nos dice simplemente: “¿saben las 528 páginas que acaban de leer? ¿Sí? ¿Esas que consumieron tu tiempo? ¿En los que gastaste días de tu vida que jamás volverán tratando de encontrar una historia? ¿Sí? Pues, puede que sean mentira, puede que no. FIN.”

Es un final tan sumamente insatisfactorio como eso de “…pero todo fue un sueño.” No, pensándolo bien, “todo fue un sueño” hubiera sido una mejor ida para acabar. De esa manera, al menos, sería sólo una novelilla estúpida, no estúpida y prepotente y sólo me hubiera sentido frustrado, no defraudado.

Pero, aún no llegamos a la parte más triste de este libro. Y no, no me refiero a que, inexplicablemente, miles de niñas en este país crean que Violetta es la onda y quieran ser como ella desde que esto fue publicado.

No. Me refiero al triste hecho de que este libro es LA AUTOBIOGRAFÍA DE XAVIER VELASCO. No sé ustedes, pero desde que quise aprender a escribir, me han dicho que una regla básica al escribir una novela es no hacerla tu autobiografía; que es totalmente válido basar a tus personajes en ti o usar pasajes de tu vida, pero hacer una autobiografía es la cosa más tristes y desesperada que uno puede hacer.

Sólo que, para demostrarnos que él es capaz de cualquier cosa para ser popular, Xavier Velazco nos deleita con… (no puedo creer que haya hecho tal cosa…) ¡EL RAP DEL DIABLO GUARDIÁN! (dividido “convenientemente” en tres insulsas estrofas que sirven de intro a tres capítulos) ¡Por amor de todos los cielos! ¡Estamos en el siglo XXI! ¿Y este hombre es tan triste que hace un rap basado en su novela para que los chicos crean que él está a la onda?  ¿Qué no sabe que los noventa se acabaron cuatro años antes de que publicara esta cosa tan nefasta? Bueno, para tal caso, ¿qué no sabe que el rap de los noventa en  general no se caracterizaba así, por ser muy bueno? 

Pero se pone peor. Este libro resume la visión que tiene Xavier Velasco de las mujeres que son verdaderas mujeres, de aquellas que representan el feminismo por el que se ha luchado durante años. Para él, todas las mujeres que valen la pena SON UNAS PUTAS. Si no eres puta, no eres interesante, así que, para hacerlo feliz, comienza desde ahora.

Así mismo, éste libro grita a los cuatro vientos la imagen que Xavier Velasco tiene de sí mismo: “yo soy mejor que cualquier otra persona en el mundo, nadie se acerca a mis talones en cuestión de genialidad; deberían adorarme como un dios por ser mejor a todos ustedes.” ¿Saben que hacen cientos de “mujeres modernas” alrededor del país? Adorarlo como un dios porque él es mejor que cualquier otra persona en el universo.

Estoy casi seguro que la razón por la que esta bazofia ha pegado tanto entre niñitas y comunicólogos frustrados, es porque Xavier Velasco hace uso de la misma fórmula que Stepehenie Meyer utilizó para crear a Bella Swan en “Twilight”:

-          No crees personajes. Crea cáscaras vacías genéricas que hablen en primera persona de eventos genéricos y sentimientos genéricos para que los lectores sientan que el libro trata sobre ellos. Esto resultará en que amen tu libro, te crean buena onda y te consideren un maestro.

Y vaya que Xavier Velasco siguió esta fórmula al pie de la letra.

Estoy convencido de que ésta cosa ganó el premio Alfaguara 2003 por una de dos: o las otras entradas de ese año estaban ASÍ DE CULERAS, para que les pudiera ganar esta estupidez, o,  más probable aún, ganó por contactos (ya se sabe que, definitivamente, la cultura no se mueve así en este país).

De cualquier manera, me da pena por él.

Ésta novela está en la misma liga que “School Days”: NO CONCIBO SER HUMANO RACIONAL EN ESTE PUTO MUNDO QUE GENUINAMENTE DISFRUTE LEER ESTA BAZOFIA. De verdad, no entiendo qué motiva a alguien a disfrutar esto. “Diablo Guardián” es, en definitiva, el libro más fofo, estúpido, aburrido, flojo, prepotente, mamón, horripilante, autoindulgente, hipster wannabe que conozco. Es un grito desesperado del autor para decir “ámenme porque soy bien genial.”

Todo esto me pone tan triste que quisiera dividir mi alma en siete pedazos y esconderlos a través de todo el país con la esperanza de que un niño no los encuentre y los destruya. He oído que eso funciona

Ahora, para su entretenimiento y fácil comprensión, resumiré la primera mitad del libro. Al igual que éste, intercalaré entre los dos personajes:

-          “Pig se siente solo. Quiere escribir pero nadie lo entenderá porque sabe que es mucho mejor que todos en este mundo.”
-          “Hola, soy Violetta y soy muy puta. ¿Sabías que soy puta? Mira, para que veas que soy puta te contaré en 68 páginas cómo me desnudé a los 12 años enfrente de un niñito.”
-          “Pig se siente solo. Quiere escribir pero su abuela se murió. Él sabe que es mejor que todos en éste mundo.”
-          “Me divierte tanto decirte que soy puta. Deja te cuento más acerca de cuando me desnudé a los doce años. Me hace sentir tan puta y confirma que soy mejor que todos.”
-          “Pig se siente solo. Quiere escribir pero la vida no vale. Él sabe que es mejor que todos en éste mundo.”
-          “Soy tan puta. De verdad, ¿no se te antoja ser así tan puta como yo? ¡Es bien padre! ¡Por ser puta me robé dinero y me fui a vivir a New York!”
-          “Pig se siente solo. Quiere escribir. Su nuevo trabajo es feo porque nadie lo entiende porque él es mejor que todos en éste mundo.”
-          “En New York fui bien puta. Mira fui puta así, y tenía mucho dinero. Por cierto, ¿sabías ya que todos son basura en éste mundo excepto yo?”
-          “Pig se siente solo. Quiere escribir. Nadie lo ama. Debe ser porque no hay nadie en este mundo que sea mejor que él.”

Me gustaría decir que estoy exagerando, pero la verdad es que así es el libro.

Me da una lástima que este tipo de cosas existan en éste mundo, y no sólo que existan, sino que además sean adoradas por alguien…

Diablo Guardián © 2003, Xavier Velasco

sábado, 1 de mayo de 2010

Décimo

En últimos días, el pueblo potosino tuvo la oportunidad de disfrutar las maravillosas e iluminadores actividades culturales del “DÉCIMO” festival de San Luis Potosí (sí, así, con mayúsculas, porque según los pósteres, parece ser más importante el hecho de que sea el décimo a que sea festival o, peor aún, de San Luís). Desde sus comienzos, la sola mención del conjunto de palabras “festival de San Luis”, hacía que cientos de personas buscaran la información más preciada del mencionado evento: el cartel con los conciertos gratuitos en Fundadores. Ya antes habíamos sido agraciados por la presencia de bandas como Babasonicos, Inspector, Plastilina Mosh o Kinky. Estos eventos se atascaban de seres humanos dispuestos a probar la teoría de que el techo del estacionamiento subterráneo si todos hacían slam al mismo tiempo. El año pasado, cuando fue presentado un programa un poco menos emocionante, ya varios habían programado su semana para ir a ver todos los conciertos (porque, aunque no fueran tan geniales, nadie les quitaba lo gratis). Tristemente la paranoia hacia lo misterioso que posee nombre (A1H1), canceló todo el asunto. 

                Este 2010, aprovechando cambio de gobierno, se reanudaron actividades.

                ¿Y qué fue lo primero que dijo la ciudadanía al enterarse? Que era una reverenda bazofia porque, en lugar de traer a “los artistas del momento” o de “talla internacional”, trajeron a Johnny Laboriel o a Danza Cebra Gay entre otros (que, ciertamente, no a muchos nos interesa ver, mucho menos nos generan la curiosidad necesaria para viajar al centro ver qué son). No sobraban comentarios sobre lo horrible que era lo que se ofrecía durante sus diez días de duración, ni si quiera los carteles se salvaron de ser criticados con comentarios de la talla de “parece que promocionan un circo” o “así de desesperados están como para poner sólo a Johnny Laboriel en esa lona”. No parecía pasar un día sin que se tuviera la oportunidad de escuchar que el festival se había convertido en una basura, que ya no piensan en las personas, que se ve que no tienen presupuesto; total, que sería un fiasco.

                Triste es pensar que, probablemente, más que la falta de dinero, la “propuesta” de este festival fue la respuesta a las incansables quejas de los habitantes “intelectualoides” sobre el tema de la cultura en San Rancho. Con un poco de memoria, podremos visualizar a, al menos, catorce individuos (cada uno) que le dedican su vida a lo que ellos llaman “arte” (y, por “arte” se refieren a sólo lo que ellos hacen). Sin importar cuántas exposiciones hayan puesto, sin importar a cuántas ciudades fueron durante la última gira de su obra teatral, sin tomar en cuenta aquella vez que ganaron el FECA o les ofrecieron trabajo en el CEART; nunca dejarán de quejarse de la falta de apoyo al arte local, que nadie les hace caso, que a nadie le importa y que nunca lo apoyan. Tanto el “artista de instalaciones” que hace una pila de bolas de papel y la llama una magnífica obra de arte que refleja el estado de la sociedad actual, como el que escribió un libro de cuentos originales con duración de setenta y cuatro páginas, se quejan. Y, si bien es cierto que el arte potosino parece estar sumamente relegado (aunque con ganas de respirar un poco y salir a destacar), siendo aún más relegadas las propuestas de artes menos tradicionales (como proyectos de cómic, por ejemplo), lo más divertido es que los dirigentes de gobierno no se toman ni la molestia de escuchar estos comentarios.

                Haciendo una pésima pantomima de “vean cómo si tomamos en cuenta sus comentarios y quejas”, el festival que parecía llamarse “décimo”, decidió invertir su presupuesto en sacar a relucir las pequeñas luminarias artísticas locales como Sustalto, Doble Espacio o Luna de Triana (grupos que, a menos que uno sea parte del giro cultural que manejan ellos, los conocen en su cuadra (aunque, eso no quita la posibilidad de que tengan trabajos de calidad)). El problema fue que a pesar de la buena fe e innovadora propuesta de Toranzo, en donde se le daría teóricamente espacio a las propuestas potosinas, donde según esto se prefirió resaltar el arte y la cultura que produce el estado, parece que se esforzaron, de verdad se esforzaron, en hacerlo lo más mal que pudieron. Fue, como dirían en internet, un FAIL! No sólo relegaron a los potosinos a sesiones colectivas donde cada uno de los seis grupos que participaban contaba con, a lo mucho, treinta minutos, sino que además les enjaretan programaciones entre semana y sin promoción. Y, ¿cuál fue el resultado de tan maravillosa estrategia en pro de artistas locales (que cada vez da más indicios de haber tenido alguien cuyo nombre empieza con “L.C.C. por parte de la UASLP” como mente maestra)? Que todos se quejaban de que no vinieron Kinky o esa sobrevalorada banda que viene cada tres días a promocionar su “nuevo” material y cuyo nombre empieza con “Z” y acaba con “oé”, y en cambio les dejaron con la presencia de Johnny Laboriel.
-          ¿Y qué tal los artistas locales en el festival?
-          Ah, ¿cómo? ¿Hubo?

Inocentemente hay personas que no dejan de comentar que en comparación con los festivales como el de Zacatecas, el de San Luis se encuentra muy por debajo de los estándares de eventos tan “internacionales” como ese. Nunca deja de ser gracioso saber de personas que creen que el San Luis actual merece atención por su “importancia” en cualquier ámbito del mundo real; en especial, la cultura.

Y, a pesar de todo esto, de hacer un esfuerzo sobrehumano para hundir un proyecto que llevaba nueve años hecho y estructurado, el festival no fracasó de la manera miserable que se merecía. Aunque, efectivamente, fue una mugre, no dejaba de tener la característica más importante para el potosino promedio: sin costo alguno (también conocido como “entrada libre”). Ya se sabe que, sin importar qué evento haya en Fundadores, ni la cantidad de promoción que pueda o no tener, si los transeúntes ven que se está preparando un escenario y hay sillas dispuestas en la plaza, instintivamente se sentarán para ver qué sucederá. No importa que no sea ni remotamente interesante, que sea un evento mal organizado, ni que no les sirva para nada; ni siquiera importa qué podrá ser: un festival de danza, un par de hip hopperos, una oratoria de gente en pro del graffiti o una plática de Gaby Vargas, las personas saben que si están presentes esos dos elementos (el escenario y las sillas), será gratuito y por ende, bueno. ¡Felicidades, ha usted ha conseguido quórum!

Según se cuenta hubo eventos en diferentes “recintos culturales” en todo el pueblo capital, pero eso implicaría que de verdad hay recintos culturales en San Luis o que a los pueblerinos les interesa.

Creo que es un indicio bastante fuerte de la calidad de este evento si el del año pasado, el que brilla por su inexistencia, contiene memorias más felices...

miércoles, 7 de abril de 2010

CRÓNICA DE UNA MUERTE LENTA

Desde el principio, la idea sonaba extraña. Y no era para menos, digo, ¿a quién en su sano juicio se le ocurre ir al centro a tomar micheladas en pleno Viernes Santo y, peor aún, en esta nuestra capital? Tal como lo imaginé, fui vilmente engañado. Todo era parte de un malévolo y religioso plan. Iluso yo, había creado un concepto imaginario, todos nos sentábamos en una mesa de plástico barata, con botanas aún más baratas, e intercambiábamos comentarios entre sorbo y sorbo que le dábamos a nuestros vasos de unicel con capacidad de un litro, llenos con aquel líquido que, según todos, fue creado aquí en San Luis Potosí (aunque, cosa extraña, más de cuarenta y cinco ciudades juran sobre sus ancestros que fue en ellas donde se creó la michelada). Pero la vida decidió que eso era exactamente lo que no tendría este día. Sigo sin entender cómo es que sobreviví a la alternativa que no tuve opción de elegir. Por otro lado, es este tipo de experiencias las que hacen que uno revalorice su vida, que se dé cuenta que debe cambiar, que hay más en esta vida que sentarse desde las 19:30 hasta las 22:40 en el asiento veintitrés de la sección limón y ser torturado hasta la muerte por un interminable desfile de personas que, cada tres segundos dan un solo paso (y eso con suerte). Hablo, claro está, de la temible pero tradicional Procesión del Silencio. Aunque, eso de “del Silencio” está un poco lejos de la realidad pues, aunque los procesionistas tienen el botón de mute en sus bocas, jamás había oído tambores y trompetas tan (desafinados y) estridentes en las calles de Centro Histórico.

Mientras mi acompañante y yo notábamos que nuestra vida iba disminuyendo lentamente, a nuestro alrededor había decenas de personas con enormes sonrisas, ojos atentos que brillaban con emoción y una interminable lluvia de flashes fotográficos. Mi cerebro jamás llegará a comprender qué tiene de interesante ver a 29 grupos de personas caminando lentamente por las calles del centro de la ciudad durante más dos horas. Peor aún si tomamos en cuenta que esto se repite anualmente desde hace 57 años, y es no sólo un evento cultural más en nuestra ciudad, sino el evento máximo que San Luis presume internacionalmente, el único (aparte de la FENAPO) que es punto crítico y visita obligada para todo turista que se respete de serlo. Es, casi, el evento que representa a nuestra ciudad, no, a nuestro estado. Aún así, mientras lo presenciaba todo con mis ojos, podía escuchar los gritos de agonía de cada una de las neuronas y tejidos que prefirieron acabar con su ciclo de vida. Es terrible, no hay otra palabra.

Pero, eso no quiere decir que opine que tal evento deba ser evaporado de una buena vez. Todo lo contrario. A pesar de estar a punto de cometer un suicidio premeditado y querer asistir en otro, soy capaz de entender el valor simbólico y religioso de esta procesión. Me parece totalmente válido que las personas con una alta creencia y fe religiosa deseen unirse a esta marcha de tristeza, debida a la (anual) muerte de Jesucristo. Es, hasta cierto punto, loable que muchos pecadores quieran expiar sus culpas caminando descalzos, con cadenas o cargando infames estatuas de más de cuatro metros de altura y vaya usted a saber cuántos kilos de peso (aunque, no dejaba de preguntarme si no habría entre ellos algún asesino o violador que, como hizo las tres penitencias que mencioné al mismo tiempo, cree que su crimen ha sido pagado y se sienta con la capacidad de continuar con su vida como si nada). Hasta soy capaz de procesar la idea de que los familiares de tales individuos o los benefactores de aquella cofradía se sienten en las banquetas para acompañar a estas personas en su recorrido, y demostrar su tristeza por la muerte de tan importante personaje y símbolo. Creo que tanto fervor y devoción es admirable.

Lo que encuentro como una situación reverendamente ilógica es que turistas y personas sin relación alguna con los caminantes, se agolpen a los lados del recorrido para disfrutar de un desfile muy escasamente colorido integrado por personas totalmente desconocidas (y casi siempre anónimas) a una velocidad inigualablemente lenta. Digo, quizá hay alguno que otro que disfrute del dolor humano y que le provoque placer ver las caras infladas y rojizas de los seres humanos que caminan bajo el peso de las estatuas de obscenas proporciones, pero después de la quinta o sexta, ya no tiene chiste. Peor aún, hay personas que van uno o dos días antes a comprar sus sillas (incomodas como la fregada, debo añadir) para no perderse de las dos horas y media que dura el evento. No llego a comprender tales acciones. Ni siquiera la curiosidad es capaz de ser tan poderosa como para aguantar tanta cantidad de tiempo viendo lo mismo pero con diferentes colores. Es decir, ¿cuál es el punto? ¿Qué es acaso un sacrificio para los feligreses estar sentados por más de dos horas al aire libre viendo caminar personas disfrazados de algo que ciertamente no se parece para nada al Ku-Klux-Klan? ¿Uno demuestra su pésame estando sentado y comiendo los molletes de a tres por diez, o tomándose su litro de tepache que compró diez minutos antes en la kermés justo detrás del evento? Es todavía más complicado entender cómo es que un evento de la seriedad y profundidad de la Procesión del Silencio es “celebrado” al mismo tiempo con una kermés llena de malteadas, molletes y fruta picada. ¿Qué no se supone que es un día triste porque es cuando muere Jesús? ¿Cómo diablos funciona este asunto?

Es como si, de repente, a alguien se le ocurriera hacer el magnífico negocio de poner sillas a los lados de los caminos que utilizan los sanjuaneros para peregrinar hasta su destino, y sentarse ahí, bajo el sol, viendo como la gente camina de rodillas por las calles. Mientras los feligreses observan a la pobre gente dejar sus pecados embarrados en la calle en forma de la piel que antes cubría sus rodillas, un maitré y un sommeliere se encargan de ofrecer los más finos vinos, cortes de carne y juegos de mesa para convivir en familia. Diversión garantizada con toques de fervor religioso; la nueva tradición religiosa potosina, señores y señoras. Peor aún, me imaginé que por cada tres sillas se regalara una indulgencia plenaria aplicable para un niño y un adulto como en la época de Lutero. ¿Lo peor de esta idea? Que no suena tan mal. Quizá me proponga inaugurar esta nueva “tradición potosina” el año que entra. Sería básicamente lo mismo, pero un poco más moderno. Al menos sería un concepto más original que el del evento celebrado en semana santa.

Creo que es importante comentar en ese punto, así nada más, como dato curioso, que en Zacatecas llevan desde 1590 haciendo cada año este mismo ritual de manera ininterrumpida. Hasta hubo una especie de simposio nacional este año, con la participación de todos los emblemáticos estados donde este evento se lleva a cabo y, se llegó a la conclusión de que Zacatecas es el estado más adepto a tal celebración, llevando 420 años seguidos haciéndolo. No sólo era el estado con más procesiones anuales ininterrumpidas, sino también el más antiguo. San Luis, como ya dije, lleva sólo 57, y con eso le basta para anunciarse casi como la sede nacional, la cuna oficial de la Procesión del Silencio. Lo cual es la prueba fehaciente de la enorme cantidad de eventos religioso-culturales importantes o “de altura” que se dan cita en nuestro estado cada año

Llevábamos una hora sentados, con nuestras posaderas hormigueando de tanto que habían sido sobreusadas en un lugar tan hostil como esas sillas de plástico, cuando nos dimos cuenta que apenas iba pasando la séptima cofradía. La séptima de veintinueve. Cada una más lenta que la anterior. Yo rezaba que en cualquier momento alguien se tropezara, o que se le cayera la capucha o, mejor aún, que alguien prendiera en fuego alguna cruz y se dedicara a diezmar a algún miembro de alguna minoría (no es que apoye eso, pero no se podrá negar que sería bastante más interesante y digno de ser recordado).

Lo único que pasaba por nuestras mentes durante el evento era que, de imprimirse una playera conmemorativa del evento para venta exclusiva al mercado turista, sería una parodia de la sumamente choteada playera de “Un amigo fue a [inserte aquí locación turística de su elección] y sólo me trajó esta playera”. Sólo que, en este caso, esta presumiría el siguiente texto: “Un amigo fue a la Procesión del Silencio, y aún no ha regresado…”

Y ahí estábamos, mi pareja y yo, comprobando empíricamente que es posible morir de puro aburrimiento, sobreviviendo sólo bajo la promesa de que si lográbamos no morir en el proceso de la procesión, podríamos ir a deleitar nuestros paladares con unos (aún más tradicionales) tacos rojos (promesa que, por cierto, jamás se cumplió), cuando finalmente dieron las 10:40, hora en que las motocicletas de la policía nos anunciaron el esperado final de este magno evento. Estaba pensando yo en lo poco sensible que quizá había sido al pensar tantas cosas de tan querida ocasión, pero en ese instante, tras dos horas y media de caminar más lento que un renacuajo en un desierto, los más de cincuenta niños que componían a la primera cofradía habían llegado a la meta y, con una cara que sólo podía significar un “¡AL FIN!” (así, con todo y mayúsculas) salían corriendo, tirando detrás de si su vestimenta y sus velas a pesar de los regaños de sus superiores, sólo para poder recuperar aunque fuera un poco de su felicidad y su libertad. ¿Qué otra cosa podía hacer sino sonreír y sentirme identificado con ellos?

Crónica de una muerte lenta © 2010, E.R.Carregha 

martes, 16 de febrero de 2010

TENJHO TENGE (1998)


Hace algunos años, en 1998 para ser correctos, llegó al PlayStation el que es considerado uno de los mejores juegos de pelea, un juego que hizo que muchos perdiéramos nuestros domingos enteros en las maquinitas, un videojuego basado en golpear con los puños en lugar de lanzar extrañas bolas de fuego voladoras; un juego llamado Tekken 3. Lo tenía todo: 23 personajes, más de 15 estilos de pelea, robots y un oso grizzli asesino, y todo ello con gloriosas gráficas en 3D. ¿Qué más se podía pedir de un juego de peleas? Tal vez que fuera gratis, pero sería demasiado. Con todo ese montonal de características a su favor, fácilmente generó una extensamente amplia cantidad de fans en todo el mundo; ya saben, de esos que comían, aspiraban, bebían, hacían tesis sobre y respondían todas las preguntas de sus exámenes con “Tekken 3”. Pero nadie se obsesionó tanto con este videojuego como un narcisista que responde al nombre de Oh! Great, autor del maravilloso manga conocido como Tenjo Tenge, entre otros varios crímenes contra la humanidad y los derechos humanos de los cuales es difícil hablar…
                Hasta antes de la salida del ya mencionado videojuego, el joven Oh! Great era como cualquier otra persona japonesa de su edad, es decir, irrelevante y casi completamente invisible para la sociedad. Durante su juventud, fue empleado de mostrador en una de esas tienditas japonesas encargadas de venderle a viejos rabo verde y jóvenes inadaptados, ropa interior femenina usada. Es en esta época cuando se hace alumno de la grandiosa técnica de dibujo conocida como “hágalo usted mismo y aprenda de sus errores”, técnica que practicaba en horas de trabajo cada vez que podía, mejorando exponencialmente su habilidad manual con el lápiz. Pronto, Oh! Great se unió a la no tan enorme horda de seres humanos que tienen la capacidad de ser “autosuficientes” en la categoría del porno; es decir, él mismo se dibujaba su propia pornografía, tal y como él la deseaba y/o necesitaba. Esta parte de su vida fue un chorreadero…de tinta, entre otras cosas…
                No pasó mucho tiempo antes de que sus pocos e inexpresivos amigos asiáticos notaran el asombroso talento que tenía Oh! Great con las manos y su maestría en las poses dinámicas más originales jamás concebidas. Por estas fechas deja su trabajo en la tienda de ropa interior usada, y empieza a ganar dinero de manera clandestina, al hacer dibujos eróticos originales bajo pedido, incluyendo los ahora famosos dibujos que le llegó a pedir Fidel Castro a través de un contacto en el Reino Unido. Casi sin darse cuenta, mientras más pedidos cumplía Oh! Great, los senos de las protagonistas de sus censurables perversiones iban creciendo exponencialmente, hasta llegar a ocupar el 50% del área de dibujo. En menos de un año, Oh! Great consiguió el dinero necesario para comprarse una envidiable consola PlayStation, la cual pagó con el dinero sucio de aquellas perturbadoras imágenes que hacían los placeres de un sinfín de hombres, y un no tan pequeño puñado de mujeres, alrededor del mundo. Es importante notar que este PlayStation traía incluido Tekken 3. Este fue el empezose del acabose.
La producción de dibujos eróticos de Oh! Great se detuvo por completo el día que adquirió este paquete. Y no sólo eso, el sueño y la comida se habían convertido en premios que este hombre se auto regalaba sólo si lograba jugar dos horas seguidas sin siquiera perder un round, cosa bastante complicada, aún para este muchacho. Oh! Great jugaba y jugaba, era lo único que hacía, y, siendo honestos, a nadie le importaba mucho. Es decir, ¿qué más les daba si producía material pornográfico sin límites o jugaba Tekken todo el tiempo? No es como si alguna vez hubiera aportado dinero a la familia. Como cualquier adicto a los videojuegos, no pasó mucho antes de que este individuo encontrara a sus personajes favoritos, a esa bola de polígonos acuadradados que no podía dejar de elegir pues, por alguna extraña razón, se sentía identificado con sus sprites. En su caso, fueron los personajes de Eddie Gordo y Paul Phoenix. Era un tiempo muy feliz para Oh! Great, pero toda esta felicidad estaba destinada a durar poco. El día del cambio llegó tres meses después de que conectara por primera vez su consola en la corriente eléctrica de la casa. Tras esos tres meses, el recibo de luz hizo su triunfal entrada en la residencia de nuestro videojugador compulsivo. Algo que nadie previó a tiempo fue el alto costo de electricidad que generan una TV y una consola encendidas por poco más de 2160 horas continuas. Es fácil imaginar que al padre del individuo en cuestión no le pareció una suma muy divertida, ni de ver ni de pagar. Algo tenía que hacerse…
De esta manera, Oh! Great, ayudado por la ira y los contactos de su padre, consiguió un contrato para crear y serializar semanalmente un manga en la revista Ultra Jump. Su padre escondió la consola en alguna parte de Japón, advirtiéndole que se la devolvería el día que pudiera pagar él mismo la electricidad que usaba; lástima que no le dijo a cuánto la vendió en Akihabara. El contrato del manga le daría el dinero suficiente para jugar aproximadamente ocho horas al día, sólo había un insignificante problema: Oh! Great debía hacer una historia, y francamente, esa es una de las tantas cosas que no sabe hacer. La situación estaba perdida. Él estaba consciente de que quizá las únicas cosas que sabía hacer era dibujar dibujos eróticos y jugar Tekken 3, y eso no lo llevaría muy lejos en la industria del manga --- bueno no, sólo no lo llevaría muy lejos en esa revista. Con sólo esos conocimientos y el dolor de que quizá jamás volviese a jugar con Eddie Gordo o Paul Phoenix, se sentía morir. Por suerte para él, había una especie de foco ahorrador de electricidad al final del camino; una luz muy débil que apenas y brillaba pero que ahí estaba.
La respuesta a sus problemas era una simple palabra en inglés: fanfiction. Sólo debía tomar el diseño de los personajes, quitarles todo indicio de personalidad, cambiar el contexto y los nombres, y agregar cientos y cientos de escenas de sexo innecesaria, senos cada tres paneles, y millón y medio de paneles dedicados a presentar, en primer plano, ropa interior femenina. Era un plan brillante pues así nadie se daría cuenta que no había historia. Todos lo aclamarían sólo porque ponía fanservice sin censura y utilizaba poses bastante dinámicas, nadie jamás podría notar que su manga no tenía ni siquiera un protagonista (a menos que contemos a los calzones como protagonistas y a los senos como personajes de reparto) y, al mismo tiempo, continuaría, al menos técnicamente, controlando las vidas de sus dos personajes favoritos en todo el mundo. Es aquí cuando el narcisista utiliza decenas de veces la palabra “genio” para describirse y comienza a armar la propuesta de su manga, con la esperanza de que fuera aceptado por el consejo editorial…

Así fue como Eddie Gordo se convirtió en un estereotípico individuo afroamericano-japonés con rastas llamado Bob (Marley), y Paul Phoenix utilizó menos gel de pelo para transformarse en Souchiro. Sólo que ahora, su misión era... ¿aparecer en casi todas las páginas? No sé, la verdad, no sé...
El resultado fue un volumen auto conclusivo, al menos, según el autor, de casi 200 páginas con la siguiente y artísticamente hermosa portada:






Les tengo un pequeño ejercicio. Con sólo este dibujo, intenten adivinar quién es el personaje principal del manga. Les daré una pista, es blanco y se encuentra entre las piernas de la chica…













Para desgracia del coeficiente intelectual humano, no sólo consiguió luz verde por parte del consejo editorial, sino que le extendieron el contrato hasta que le fuera imposible continuar dibujando; su fanfiction se convirtió en uno de los mangas más vendidos de la historia. Unas cifras sin precedentes para cualquier autor novel, y más sorprendentes si se toma en cuenta que la pobre gente que pagó por esta cosa, compró un fanfiction.
Han pasado ocho años desde que todo empezó, Tenjo Tenge continúa publicándose mensualmente y el coeficiente intelectual del mundo entero decae cada vez más con cada nuevo capítulo.
Tras esta brecha de tiempo, una editorial independiente de cómics mexicana, de muy poca monta y calidad todavía menor, le echa el ojo a esta serie de mangas y decide traducirlos y editarlos al español para poder amasar una fortuna. Haciendo uso del papel más corriente a la mano, los traductores menos cultos y el empaste más barato existente, imprimieron unas mil copias del primer volumen y lo embolsaron en unas disque bolsas de lo que parece ser papel cebolla corriente Con todo ese complicado proceso terminado, sólo faltaba ponerle un precio más que justo: sesenta pesos mexicanos. Sí lo sé, yo también esperaba una cosa gratuita o por veinte simbólicos pesos. Así es como llegué a conocerlo, después de que le pidiera a Don Camilo, mi voceador de cabecera desde hace dieciocho años, que me recomendara un buen manga para empezar bien en el mundo del cómic japonés, y me recomendara esta porquería a la que se le salen las hojas apenas tocas el empaste y que, cuando lo hojeé por primera vez, me mostró esta perla que me dijo todo lo que tenía que saber sobre este manga:


Aún así, terco yo, me obligué a terminar de leer esta cosa que le costó mi amistad a Don Camilo, mi voceador; que me costó sesenta malditos pesos. Es…es espantosa… Coincidentemente, encontré una imagen en esta cochinada que resume perfectamente mis pensamientos cuando llegué a la última hoja.
Creo que sí, una imagen dice más que mil palabras…

TENJHO TENGE (VOL. 1) © 1998, OH! GREAT
Title Card © 2010, Guillo Carregha  

miércoles, 6 de enero de 2010

TENGO UN ARMA (2004)



               He sido fiel testigo y audiencia de una magistral obra de arte en el campo de la dramaturgia, un monólogo tan hermosamente escrito que ganó un estimulo cultural que el gobierno sólo otorga a proyectos de excelsa calidad, una puesta en escena cuyos derechos están siendo peleados en este momento por los más grandes estudios de Hollywood para tener la oportunidad de hacer un largometraje basado en ella. Un argumento alabado en todos los rincones del mundo, desde Tombuctú hasta la Antártida, pasando por Copenhague. Me refiero, claro está, al excelente trabajo de Alberto Soso, conocido como “TENGO UN ARMA”.

TENGO UN ARMA es, para las pobres almas en desgracia que no han tenido la oportunidad de presenciarla en vivo, un dramón telenovelesco que cuenta la desoladora historia del payaso Farolín. Un pobre individuo que vive en una ciudad ficticia de México, en donde, para sorpresa de todos, ser payaso no es un buen trabajo. Sí, estuve tan sorprendido cuando me enteré de este hecho que me vi obligado a cancelar mi inscripción en la Universidad de Payasos de Colorado, avalada por Harvard. Debido a que el protagonista tuvo a mal escoger un oficio tan hermoso, pero tan mal pagado en un país donde existe una fuerte crisis económica, nuestro amado héroe se ve obligado a secuestrar al hijo de una pareja adinerada que había contratado sus servicios para amenizar la fiesta del mencionado. Para sorpresa de todos, el payaso se equivoca de niño y rapta a un Pedrito cualquiera que disfrutaba de la fiesta en compañía de sus amiguitos. Un giro de tuerca magistral en la historia. Jamás se me podría haber ocurrido que tal situación se pudiera presentar en la compleja vida de un secuestrador en cualquier obra de ficción, mucho menos en la vida de Farolín.
          Ahora, Farolín tiene una característica interesante. No sólo  se trata de un ser humano aburrido y lastimero, ni tampoco es simplemente una copia al carbón del personaje de secuestrador despistado que se ha visto en todas esas malas comedias mexicanas donde se toma el tema del secuestro de manera “graciosa”. No, es peor. El pobre individuo tiene la tendencia de hablar y hablar y hablar, como si alguien lo escuchara – no, más bien, como si a alguien le interesara escucharlo. Y durante su interminable y doloroso monólogo, intercala lo que él cree que son chistes graciosos. No son ni siquiera divertidillos, pero él cree que son graciosos y que tienen el potencial de hacer reír al público. Al principio me dolía su intento de humor y me dolía aún más que los demás miembros del público se rieran de chistes tan malos que consistían, básicamente, en ver a un payaso decir maldiciones en viva voz sin contexto alguno. Al verme así de contrariado, mi vecino de butaca me explicó todo. Uno debe reírse cuando cree escuchar una broma porque debe seguirle la corriente al payaso, para hacerle creer que es gracioso, y que tanto él como su autor se sientan orgullosos. Sí, sé que es un poco condescendiente, pero es mejor así.


Pasaron cincuenta minutos, si no es que más, y la obra concluyó Cuando finalmente estaba entendiendo el punto de la obra, se terminó una de las pocas historias que me ha mantenido boquiabierto e impactado. Fueron sólo cincuenta minutos, pero ¡qué cincuenta minutos! Aunque, no todo es miel sobre hojuelas de maíz, pues el final, aquella cereza en el sundae de caramelo de diez pesos que era la obra, fue un pecado irredimible. Me pareció sumamente extraño que todo acabara de una manera extremadamente cliché predecible. No entendía cómo un drama de la talla de telenovelas como “Cuna De Lobos” o “Lazos De Amor” pudiera terminar de esa manera tan aberrante. Para mí era inconcebible. Al final, el payaso se entrega a la policía y ellos, sin escucharlo, lo matan a balazos. Perdió casi toda mi estima. Era tan… patético… hasta para Farolín…
No pude más que ir refunfuñando y pensando sobre el asunto mientras conducía hasta mi hogar. Di vueltas y vueltas por las calles, repitiendo incansablemente el final dentro de mi mente para ver si encontraba algún detalle faltante. Y así, en uno de tantos semáforos que separan el auditorio escolar donde se presentó esto, hasta mi apartamento en el centro de la ciudad, comprendí todo. No dejaba de gruñir, y maldecir el nombre de Farolín en el interior de mi vehículo cuando pasó junto a mí un vendedor anunciando a grito pelado su mercancía. Éste en particular, vendía discos piratas, de esos que tienen las portadas hasta mal hechas para que veas que de verdad valen menos de cinco pesos. Al verlo, tuve una revelación. Lo entendí todo.
Gracias al magistralmente elaborado poster promocional que anunciaba la puesta en escena de esta obra, estaba enterado de que el proyectito éste había sido ganador de un estímulo del FECA (Fondo Estatal para la Cultura y las Artes). Tenía la noción de que sólo grandes proyectos de enorme calidad son capaces de merecer este prestigioso estímulo monetario para que puedan llevarse a cabo. No sé mucho del asunto, pero tengo entendido que es como una especie de trofeo que debe ser presumido a troche y moche. Siendo así, supuse que vería una obra con una calidad impresionante. Mis expectativas eran enormes, más ese desenlace las asesinó todas de un golpe. Pero, la imagen de la portada pirata era la pieza que me faltaba. Sabía que ese final tan espantoso no era coincidencia. Yo lo sabía…
Claramente Alberto Soso no buscaba tener un proyecto de inimaginable calidad, no deseaba crear un libreto que fuera considerado de lo mejor que ha producido México, jamás pensó ser el autor de una obra que pudiera considerarse buena. No, todo lo contrario. Alberto trabajó día y noche por varios años, intentando crear un argumento tan choteado, tan malo, tan espantosotan infame que, si uno pudiese ver el guión original sin protección alguna, sufriría quemaduras de noveno grado. Sí, así de malo debía de ser. Y así de malo fue. Él buscaba crear el peor libreto jamás concebido por el ser humano, deseaba poner el ejemplo de lo que no se debe de hacer nunca cuando uno escribe para teatro. Fue un arduo trabajo que lo mantuvo escondido en su guarida por años, pero finalmente lo logró. Logró terminar una porquería espantosa. Por suerte para él, los jurados de aquel año del FECA comprendieron su misión y le otorgaron el dinero. Es un alma comprendida éste buen hombre, y lo felicito por ello...


Y eso fue apenas el comienzo de un vertiginoso viaje hasta la cima. Alberto Sosa y su equipo generaron bastante ruido por su trabajo después de la premiere. Tuvieron éxito tras éxito en teatros de toda la República, incluyendo el mágico reino de Matehuala. En todas partes habían oído de Farolín, había fans que los seguían por toda la república  deseando ver todas y cada una de las presentaciones de su nuevo héroe. No era posible quedarse callados al ver un proyecto de esta calaña. Esto se convirtió en un fenómeno mundial sin precedentes. Una maravilla, dirían algunos. Todos los involucrados estaban que no se la creían, pensaban que no llegarían tan lejos con este trabajo; pero lo hicieron. Yo, tampoco lo creía. Era una prueba de que el verdadero talento sí se toma en cuenta en esta sociedad y no sólo los videos virales o programas de mala calidad cuya única muleta es decir maldiciones pueden triunfar. ¿Quién lo diría?
No pasó mucho tiempo antes de que llamaran la atención del mejor canal de televisión de paga en toda América Latina. Un canal conocido por poner atención en todos sus detalles, para que todo sea perfecto, desde el diseño general hasta los conductores y así poder llevar a la casa de miles de familias en toda América programación educativa y de calidad, un canal que ha jurado ser el mejor canal entre todos, sin importar género, y que lo han estado logrando poco a poco. Su calidad compite directamente, y a veces rebasa, a canales como Nat Geo o History Channel en cuestión de contenidos y producción. Un canal tan excelso como la obra de la que estoy hablando en este post. Como ya habrán supuesto, me refiero al inigualable canal conocido como TELEHIT, un canal de música de la corporación Televisa.
Debido al éxito de TENGO UN ARMA, y al simpático payasito que hace de protagonista en este meollo, los directivos del canal en cuestión rápidamente se enteraron de él y decidieron reclutar a todos los involucrados para hacer un seriado exclusivo para ellos. Sería un éxito. Recortaría el tiempo que Farolín tardaría en llegar a la cima. Claro, habría que hacer algunos cambios a la idea original, quizá cambiarle el nombre al payaso pues “Farolín” no era un nombre muy amistoso, pero la esencia de la obra no debía perderse, esa era la clave para sobresalir. Alberto peleó fuertemente porque se dejara intacta su ópera prima, pero hay veces que los abogados son muy persuasivos…
Y así fue como nació PLATANITO SHOW, un programa televisivo con más de un año de vida, que aparece en la pantalla de Telehit con regularidad semanal. Obviamente, todos los involucrados en TENGO UN ARMA son los responsables de darnos horas de diversión sana y, sobretodo, inteligente a través de este medio. Un programa hermoso, que Alberto Sosa y Farolín nos brindan semana a semana...
A pesar de todo, esta obra cuenta con un número contado de detractores. Hay muchos aún que todavía no comprende la magnificencia de Tengo Un Arma, y opinan que es sólo una obra muy, pero que muy mal hecha, sin mérito alguno, que seguro ganó el FECA por puras palancas, o que sólo se le apoya porque namás no hbía nada mejor. Otros tantos insisten en que, desde un principio, Telehit contrató a Alberto Soso para hacer esta obra, de la cual se desprendería un proyecto mayor si todo salía bien; es decir, Platanito Show; que Tengo Un Arma sería, solamente, el capítulo piloto. Se dicen muchas cosas, pero sólo una cosa es cierta. Ésta es en realidad una obra magnífica que merece el apoyo de todos. Es menester apoyarla no sólo por su calidad, o el esfuerzo invertido en ella, sino principalmente porque es orgullosamente hecha en México y es deber de todos los mexicanos apoyar los proyectos mexicanos sin discriminación alguna.
Sólo hay que tener cuidado al hablar de TENGO UN ARMA, ya que dentro del staff existe un grupo especial que se encarga de marcar, con un sello indeleble especial, que dice INCULTO y PANISTA a cualquiera que no desee aceptar que ésta es, y siempre será, la mejor obra de teatro jamás concebida por cualquier ser humano. Cuiden bien sus palabras al cuando comente ésta obre, podrían quedar marcados de por vida, como yo lo estoy ahora…

TENGO UN ARMA © 2004, Alberto Sosa y Telehit
Imágenes © 2009, Guillo Carregha 

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