“LUNA MISTERIOSA, DÉJAME LLEGAR A TÍ”
Como en cualquier otro día de mi rutinaria existencia, me vi obligado a utilizar el transporte de ganado urbano. Me encontraba encaramado contra la ventana por la fuerza centrífuga que aplicaba una señora (y su dotación quincenal de bolsas del súper) contra mi cuerpo. Todo pintaba para ser un día normal. Pero, entonces, mientras el sudor que expiraba mi compañera de asiento se acercaba peligrosamente a mi ojo izquierdo, el conductor decidió que era el momento ideal para detener el camión y salir a comprar un refresco. A punto de maldecir a la vida misma, capté a lo lejos una imagen que me hizo olvidar todo: una imagen que, desde hace años, soñé que podría ver.
Después de no saber nada del documental/película “Plan B” de Botellita de Jerez (excepto que, según fuentes confiables, ya estaba terminado desde mediados del 2009), y de estar a punto de asistir al Vive Latino sólo para verlos antes de que se nos murieran, me encontraba frente al anuncio que esperé por más de siete años. Malamente pegado a un poste con cinta adhesiva, estaba un cartel en donde se podía obviar el hecho de que se atrevieran a usar comic sans en él (porque, todos sabemos que aparte de ser la tipografía más bonita sobre la tierra, es la encarnación letrosa de lo que representan los botellos) sólo porque las palabras “Botellita de Jerez en San Luis Potosí” relucían más que cualquier cosa. Siete sencillas palabras que llenaron muchos ojos con ese brillo de inocencia y esperanza que se esfumó el día que nos enteramos lo que realmente quiere decir “educación pública”.
No era importante saber el cómo, el por qué o el quién hizo todo esto posible. Lo que importaba era saber que los botellos (y sus respectivos tanques de oxígeno) tocarían en vivo en el único lugar ad/hoc a su música que conozco en San Luis: la Arena Coliseo.
Finalmente, llega el día acordado: 12 de febrero del 2011. Estoy en la fila, contando los minutos para poder ver a Botellita de Jerez, ese grupo que descubrí que existía a principios del 2001 (sólo para descubrir una semana después que ya no existían). Y parece que todos los que nos apretujamos en la banqueta sonreímos al unísono. Los botellos tocarían en San Luis por primera vez en la historia. Por primera vez en mi historia al menos.
Como era de esperarse, tanto el boleto como el cartel prometían “acceso a las 7:00 P.M.”, lo que en idioma de concierto se traduce en “vamos a abrir la puerta a las nueve de la noche, por si les interesa”. Ninguna novedad en este departamento para quienes no somos nuevos en esto de los conciertos, pero no se negará que es un tanto cansado estar parados en el mismo punto de la banqueta por dos horas. A la hora tácitamente prometida, finalmente accedimos a la Árena Coliseo los 530 señores rockeros con sus hijos y esposas, “chavos alternativos en onda”, y fans de todas las edades que habíamos soñado que éste día llegaría.
Al entrar, nuestras miradas se depositan instantáneamente en el pequeño ring luchístico donde, en sólo minutos, se subirían los tres integrantes originales de Botellita de Jerez. No sólo luce como el escenario perfecto, muy al estilo art nacó que los representa, sino que además, las bocinas y partes de la bataquería estaban cubiertas de peluche rosa. No sé cuántos animales rellenos tuvieron que dar su vida para que éste día llegara, pero prefiero no pensar en ello.
Antes de poder ver a los rucos en acción, se presentaría “en vivo” el no tan mítico documental antes conocido como “Plan B” (ahora “¡Naco Es Chido!”). ¿Película y concierto? Entonces no es pagamos sólo un concierto, estamos hablando de “Botellita de Jerez: la experiencia interactiva”.
“PIDEN CONCIERTO, LES DAN UN HUESO”
Llevamos hora y media sentados en las anatómicamente (in)correctas gradas de la Arena Coliseo. Frente a nosotros (o a 35 grados hacia la derecha o a la izquierda, según sea el caso) se proyecta en una pantalla aparentemente improvisada la película prometida. A estas alturas, se puede asegurar que a todos los integrantes del público ya nos quedó sumamente claro el por qué nunca se había ofrecido un paquete “interactivo” como éste.
No me siento capaz de culpar a nadie. Tampoco creo que sea necesario. Entiendo las razones por las que se ofrecía el paquete completo. Tiene sentido. Ves un documental de los botellos y, luego, los ves tocar. Se escucha como el plan perfecto. Así se le saca todo el jugo posible al precio del boleto, y el único resultado posible serían fans contentos.
Pero los que estamos aplatanados en las gradas con la mirada relativamente fija en la pantalla, llegamos a una conclusión muy importante: no importa qué tan buena pueda ser, una película no tiene el poder de prender al público. Cosa que se comprueba con los centenares de chiflidos de impaciencia que se dejan escuchar en todos los rincones de la Arena Coliseo.
No es que fuera mala la película pero, vamos, ninguno de nosotros pagó porque le prometieron “ver cómo los botellos se sientan junto a usted a ver la película que hicieron, sin hacer ningún comentario y, si creen que vale la pena, puede que toquen”.
A manera de método de presión, más de la mitad de los asistentes se encaraman al frente del escenario. Piden a gritos y a chiflidos que apaguen esa pantalla y les pongan enfrente a la banda que vinieron a ver. Los organizadores, firmes en su decisión, dejan correr el DVD hasta que se terminaran los créditos, sin importarles que gracias a la suma de la baja calidad de audio de las bocinas conectadas al proyector y los chiflidos, nadie entiende qué diablos pasó en los últimos cuarenta y cinco minutos de la película. El staff prometió que pasarían la película completa antes del concierto, y no se van a echar para atrás. Poco les importa el concurso de “a ver quién chifla más agudo” que se organiza entre el público.
Pero, bueno, pudo ser peor. Pudo ser una banda de covers ochenteros…
Finalmente, la película llega a su fin. No supe cómo porque, al final, ya no pude escuchar nada. Las luces cambian. Los chiflidos se apagan. Las respiraciones se cortan. Las sonrisas abundan. El momento que estábamos esperando se acerca. La raza está lista para guacanrollear como se debe.
¿Mencioné ya que los chiflidos que precedieron al concierto eran sumamente agudos?
“CON ÉSTE DANCIN’ YO LOS VENGO A ALIVIANAR”
Tras una breve introducción que se resume en “Ya llegamos. Por cierto, el Uyuyuy anda ronco”, los tres individuos conocidos como “El Uyuyuy”, “El Currucucú” y “El Mastuerzo”, a pesar de su avanzada edad (y efectos secundarios de una vida de desenfreno), demuestran que aún pueden tocar como (me dijeron) que lo hacían en los viejos tiempos. La verdad, poco se nota de la ronquez de Sergio Arau (El Uyuyuy).
Y empezamos con la misma canción que abre su disco homónimo (con todo y dedicación a la Chata y amigas que la acompañan): “Guaca Rock”. No voy a mentir, a pesar de la edad de sus intérpretes, puedo jurar que se oye igual o mejor que la versión grabada. Lo raro es que, a pesar de que la canción tiene casi veintisiete años de vida, no se escucha tan vieja. Tal vez sea porque la tocan con las mismas ganas de siempre, o quizá es que no queremos darnos cuenta que casi tres décadas han pasado desde que apareció su primer LP. Igual, no deja de ser música para nuestros oídos.
Avanza el setlist con: “Bueno, Bueno, Bueno Probando”, “¿Tons Qué Mi Reina, A Qué Horas Sales Al Pan?” (incluyendo el Primer Foro Internacional de la Mujer Agredida por Piropos Guarros en La Calle A.C.) , “¿Te Gusta A Tí Ese Son?”, “¡Saca!”. Antes de continuar, nos advierten algo que todos temíamos desde que compramos el boleto: que las probabilidades de que alguno de ellos caiga muerto a medio concierto son bastante altas. Lo único que nos piden, en caso de que suceda, es que digamos que fue por sobredosis (aún cuando sea porque la débil estructura que los sostiene ceda ante el peso de sus instrumentos).
Entre rola y rola, no podían faltar los comentarios y chistes marca registrada de los conciertos botellescos. Aderezados, como se esperaba, de alabanzas y apoyos hacia los llamados movimientos de izquierda (que, en este país, se sabe que siempre llegan a algún lugar) como, en este caso, estar en contra de la Minera San Xavier y el ocasional insulto hacia Calderón. ¿A alguien le sorprende a estas alturas?
El flujo de música continúa con piezas como “El Guacarrock Del Santo”, “Charrockanroll”, “Oh, Dennis” y… ¡UN MOMENTO! Ya veo lo que intentan hacer…
“N’OMBRE NO HAY, N’OMBRE NO HAY”
*Brrriiing*
- ¿Diga?
- ¿Habla el murciélago?
- ¡El mismo!
- ¿Vas a ir al baile de Botellita de Jerez?
- ¡Abuelita de Batman!
- Ah, es que… es que quiero bailar contigo “La Baticumbia”
- Pues se me hace que no se va a poder porque estamos haciendo como que esa época nunca existió…
A ver, ¿cuál es el punto de hacernos creer que Botellita de Jerez se separó en 1988 cuando la mayoría de los que los conocimos hervíamos internamente por escuchar “La Baticumbia”? Digo, no es como si hubiera sido una de las canciones de los botellos con más éxito en la república mexicana; no es como si la hubieran pasado incansablemente en la radio, sacado un sencillo y un video oficial de la canción… no, esperen ¡ESO FUE EXACTAMENTE LO QUE PASÓ!
Se entiende que queramos regresar a las raíces originales de los botellos, a esa mágica época en donde Sergio Arau seguía siendo parte de Botellita. Yo sé que esa onda de andar retros está pegando desde hace algunos años y, además, la mayoría de sus éxitos son de ésa época de 5-6 años y tres discos. Pero, ¿podemos ser adultos y aceptar que existieron otros cuatro discos? Bueno, “existirían otros cuatro discos” de no ser porque están *misteriosamente* descontinuados desde hace un buen tiempo. ¿Cuánta pena puede sentir alguien por su propio trabajo?
Quizá muchos gritarían desesperados que hacen lo correcto al obviar ese reportorio de canciones, que disque es porque son de la época de “vendidos” de Botellita de Jerez. Que son recuerdos de esa época de la que nadie quiere acordarse, porque, según esto, da pena ajena. Son canciones de cuando los botellos querían ser estrellas prominentes de Televisa porque ya no tenían súper mano para pagar la quincena (porque no había quincena) y eso es algo que merece quedar en el olvido. Tal vez tendrían razón esas personas. Tal vez tendrían razón, de no ser porque en los dos álbumes en vivo varias canciones de esa “mala época” son parte del repertorio. Y no, namás una o dos. Hay más de cinco ahí grabadas. Siete de las catorce canciones de “El Último Guacarrock” son de esa época, para ser preciso.
Otros dirán que es porque, como es una época sin Sergio Arau, ahora que está de regreso en la alineación, él mismo no permitió que se hablara siquiera de que existían otros tres discos. Si, bueno, es probable, pero, ¡ESPEREN! ¿Qué ese no es Sergio Arau cantando “El Guacarock Del Santo” en “El Último Guacarock”?
¿En serio creen que se nos va a olvidar si dejan de mencionarlo? Porque hasta la discografía oficial dice que sólo tienen tres discos en su haber.
¿Dónde carajos dejan canciones como “El Santos Contra La Tetona Mendoza” (dedicadas a Jis y Trino y sus cochinadas), “Luna Misteriosa”, “El Ropavejero”, “Niña De Mis Ojos”, “Busca Amor”, “Forjando Patria”, “El Laberinto De La Soledad” o la maravilla conocida como “La Baticumbia”. ¿Tanto pinche trabajo les cuesta cantar una canción de tres minutos? Está bien que saliera hace mucho y que en realidad estuviera como tonta, ¡pero eso no le quita su estatus de épica! ¡Es “La Baticumbia”, por todos los cielos! Y no soy el único que la pide, porque ahí, frente al escenario, hay un señor que lleva pidiendo a gritos desde que empezó el concierto que tocaran “Abuelita De Batman”.
Y no sólo somos nosotros dos, porque cerca de ese buen hombre que quiere justicia para esa magnífica canción, se alcanza a ver un hombre que, desde la segunda canción del recital, levanta sobre su cabeza una copia del LP original del donde aparece esa canci…
¡UN MOMENTO! ¡EN MITAD DEL PÚBLICO, EN MITAD DEL SLAM, HAY UN HOMBRE QUE TIENE EL VALOR DE LLEVAR UN LP EN SUS BRAZOS SÓLO PARA QUE LOS BOTELLOS LO VEAN Y SE LO FIRMEN!
¡Eso es tener valor, muchacho! ¿Saben lo frágiles que son esas porquerías, con todo y sus cajitas de cartón que los protegen? Existen miles de historias de niños de menos de un metro de altura que tiran LPs desde sus manos hasta el suelo y se rompen en mil pedazos. Y este hombre tiene las agallas de llevar uno sobre lo alto, justo en el lugar donde es más probable que se rompa y sea pisado por más de cuarenta pies. ¡Eso es un hombre y no fregaderas! ¡Eso es un héroe!
“EL FINAL”
Después de tantos éxitos, llegamos a la rendición en vivo de la épica “El Tlálocman”. Gran rola concebida originalmente por Carlos Mosnivais. El Mastuerzo nos promete que será la última canción de la noche, aunque todos sabemos que es una vil falacia ya que no hemos escuchado acorde alguno de “Alármala De Tos”.
Ahora, lo malo de conocer la verdadera y completa discografía de los botellos (que incluye aproximadamente 12 discos), es que probablemente hemos escuchado sus únicos dos discos en vivo. Es malo por una sencilla razón: desde al menos los noventa, están usando exactamente los mismos chistes para presentar las mismas canciones. No es que no sea divertido verlos en vivo, o ver cómo cambian aquellas bromas que involucran la participación del público. Pero, es que son los mismos. ¡Exactamente los mismos!. Todos aquellos momentos hablados que se encuentran preservados en “Superespecial Un Plug” y “El Último Guacarrock” son repetidos. Desde los doblones llenos de cacao para presentar “El Guacarrock De La Malinche” hasta el “Primer Foro Internacional de la Mujer Agredida por Piropos Guarros en La Calle A.C.” para introducir a “¿Tons Qué Mi Reina, A Qué Horas Sales Al Pan?” o el “ballet folklórico creado por Milton Geo” que se repitió en la parte instrumental de “El Tlálocman”. Digo, no está mal pero uno esperaría que después de catorce años, la cosa estuviera más variada. Pero, tampoco los culpo. De todas formas, es la gira del arrejunte, donde nos acordamos que en los ochenta existió un grupo llamado Botellita de Jerez.
Con el mismo “ballet” que fue narrado a detalle en “El Último Guacarrock”, llegamos al final de “El Tlálocman” y, supuestamente, del concierto. Terminada la canción, los botellos hacen un intento por bajarse del ring y hacer la típica rutina de “otra, otra…” para poder regresar a tocar una más, pero al parecer la idea de tener que bajarse del ring y hacer todo ese show se les presenta como un reto para su edad. Por eso, en cuestión de segundos, regresan a sus lugares y tocan esa única canción de los botellos que todos conocen: “Alármala de Tos” (más por la versión que hizo Café Tacvba). Lo interesante es que, a pesar de comenzar el diálogo de “aprender a hacer a nuestra abuelita en tamales y cocinar fetos en almibar”, lo dejan inconcluso y se avientan a tocar así nomás. ¿No querían herir susceptibilidades dado los tiempos que corren? Puede ser.
Y así, termina el concierto.
No, ¿qué? ¿Así termina? ¡Pero si a duras penas fue una hora de concierto! ¡Entendemos que estén rucos, pero hagan paro! ¡No nos dejen así nomás! Tienen al menos otras cinco canciones de su lista “oficial” que podrían haber tocado. ¿Ni si quiera tocan la mentada “Plan B” que nos prometieron en la película? ¡Llevamos esperando Dios sabe cuántos años para que vengan! ¡HAGAN PARO!
Pero nada. Los botellos salen corriendo del lugar. Se nos van, se nos van. Se fueron. Y se fueron en chinga, como si hubieran dejado de tocar dos rolas para tener las fuerzas necesarias para escapar de sus fans.
A pesar de todo, fue una gran experiencia que me alegra haber vivido. No me arrepiento de haber asistido a uno de los pocos conciertos donde puedo decir que me sabía todas las que tocaron de memoria. Al final, todo salió bien. Los guaca rockers parecen satisfechos. Se podría decir que el concierto, estuvo como el estuche; o sea, “de peluche”.
Sólo queda un cabo suelto por resolver: ¿le hicieron caso al tipo del LP y se lo firmaron? Ah, sí, ahí llega con su LP rayoneado con sharpie.