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sábado, 1 de mayo de 2010

Décimo

En últimos días, el pueblo potosino tuvo la oportunidad de disfrutar las maravillosas e iluminadores actividades culturales del “DÉCIMO” festival de San Luis Potosí (sí, así, con mayúsculas, porque según los pósteres, parece ser más importante el hecho de que sea el décimo a que sea festival o, peor aún, de San Luís). Desde sus comienzos, la sola mención del conjunto de palabras “festival de San Luis”, hacía que cientos de personas buscaran la información más preciada del mencionado evento: el cartel con los conciertos gratuitos en Fundadores. Ya antes habíamos sido agraciados por la presencia de bandas como Babasonicos, Inspector, Plastilina Mosh o Kinky. Estos eventos se atascaban de seres humanos dispuestos a probar la teoría de que el techo del estacionamiento subterráneo si todos hacían slam al mismo tiempo. El año pasado, cuando fue presentado un programa un poco menos emocionante, ya varios habían programado su semana para ir a ver todos los conciertos (porque, aunque no fueran tan geniales, nadie les quitaba lo gratis). Tristemente la paranoia hacia lo misterioso que posee nombre (A1H1), canceló todo el asunto. 

                Este 2010, aprovechando cambio de gobierno, se reanudaron actividades.

                ¿Y qué fue lo primero que dijo la ciudadanía al enterarse? Que era una reverenda bazofia porque, en lugar de traer a “los artistas del momento” o de “talla internacional”, trajeron a Johnny Laboriel o a Danza Cebra Gay entre otros (que, ciertamente, no a muchos nos interesa ver, mucho menos nos generan la curiosidad necesaria para viajar al centro ver qué son). No sobraban comentarios sobre lo horrible que era lo que se ofrecía durante sus diez días de duración, ni si quiera los carteles se salvaron de ser criticados con comentarios de la talla de “parece que promocionan un circo” o “así de desesperados están como para poner sólo a Johnny Laboriel en esa lona”. No parecía pasar un día sin que se tuviera la oportunidad de escuchar que el festival se había convertido en una basura, que ya no piensan en las personas, que se ve que no tienen presupuesto; total, que sería un fiasco.

                Triste es pensar que, probablemente, más que la falta de dinero, la “propuesta” de este festival fue la respuesta a las incansables quejas de los habitantes “intelectualoides” sobre el tema de la cultura en San Rancho. Con un poco de memoria, podremos visualizar a, al menos, catorce individuos (cada uno) que le dedican su vida a lo que ellos llaman “arte” (y, por “arte” se refieren a sólo lo que ellos hacen). Sin importar cuántas exposiciones hayan puesto, sin importar a cuántas ciudades fueron durante la última gira de su obra teatral, sin tomar en cuenta aquella vez que ganaron el FECA o les ofrecieron trabajo en el CEART; nunca dejarán de quejarse de la falta de apoyo al arte local, que nadie les hace caso, que a nadie le importa y que nunca lo apoyan. Tanto el “artista de instalaciones” que hace una pila de bolas de papel y la llama una magnífica obra de arte que refleja el estado de la sociedad actual, como el que escribió un libro de cuentos originales con duración de setenta y cuatro páginas, se quejan. Y, si bien es cierto que el arte potosino parece estar sumamente relegado (aunque con ganas de respirar un poco y salir a destacar), siendo aún más relegadas las propuestas de artes menos tradicionales (como proyectos de cómic, por ejemplo), lo más divertido es que los dirigentes de gobierno no se toman ni la molestia de escuchar estos comentarios.

                Haciendo una pésima pantomima de “vean cómo si tomamos en cuenta sus comentarios y quejas”, el festival que parecía llamarse “décimo”, decidió invertir su presupuesto en sacar a relucir las pequeñas luminarias artísticas locales como Sustalto, Doble Espacio o Luna de Triana (grupos que, a menos que uno sea parte del giro cultural que manejan ellos, los conocen en su cuadra (aunque, eso no quita la posibilidad de que tengan trabajos de calidad)). El problema fue que a pesar de la buena fe e innovadora propuesta de Toranzo, en donde se le daría teóricamente espacio a las propuestas potosinas, donde según esto se prefirió resaltar el arte y la cultura que produce el estado, parece que se esforzaron, de verdad se esforzaron, en hacerlo lo más mal que pudieron. Fue, como dirían en internet, un FAIL! No sólo relegaron a los potosinos a sesiones colectivas donde cada uno de los seis grupos que participaban contaba con, a lo mucho, treinta minutos, sino que además les enjaretan programaciones entre semana y sin promoción. Y, ¿cuál fue el resultado de tan maravillosa estrategia en pro de artistas locales (que cada vez da más indicios de haber tenido alguien cuyo nombre empieza con “L.C.C. por parte de la UASLP” como mente maestra)? Que todos se quejaban de que no vinieron Kinky o esa sobrevalorada banda que viene cada tres días a promocionar su “nuevo” material y cuyo nombre empieza con “Z” y acaba con “oé”, y en cambio les dejaron con la presencia de Johnny Laboriel.
-          ¿Y qué tal los artistas locales en el festival?
-          Ah, ¿cómo? ¿Hubo?

Inocentemente hay personas que no dejan de comentar que en comparación con los festivales como el de Zacatecas, el de San Luis se encuentra muy por debajo de los estándares de eventos tan “internacionales” como ese. Nunca deja de ser gracioso saber de personas que creen que el San Luis actual merece atención por su “importancia” en cualquier ámbito del mundo real; en especial, la cultura.

Y, a pesar de todo esto, de hacer un esfuerzo sobrehumano para hundir un proyecto que llevaba nueve años hecho y estructurado, el festival no fracasó de la manera miserable que se merecía. Aunque, efectivamente, fue una mugre, no dejaba de tener la característica más importante para el potosino promedio: sin costo alguno (también conocido como “entrada libre”). Ya se sabe que, sin importar qué evento haya en Fundadores, ni la cantidad de promoción que pueda o no tener, si los transeúntes ven que se está preparando un escenario y hay sillas dispuestas en la plaza, instintivamente se sentarán para ver qué sucederá. No importa que no sea ni remotamente interesante, que sea un evento mal organizado, ni que no les sirva para nada; ni siquiera importa qué podrá ser: un festival de danza, un par de hip hopperos, una oratoria de gente en pro del graffiti o una plática de Gaby Vargas, las personas saben que si están presentes esos dos elementos (el escenario y las sillas), será gratuito y por ende, bueno. ¡Felicidades, ha usted ha conseguido quórum!

Según se cuenta hubo eventos en diferentes “recintos culturales” en todo el pueblo capital, pero eso implicaría que de verdad hay recintos culturales en San Luis o que a los pueblerinos les interesa.

Creo que es un indicio bastante fuerte de la calidad de este evento si el del año pasado, el que brilla por su inexistencia, contiene memorias más felices...

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